Madonna ofreció un show sencillamente espectacular en River durante la primera de las cuatro funciones, ratificando su calidad para organizar shows audiovisuales.
Para empezar por algún lado, vale aclarar que el mandamiento número uno de Madonna no es brindar simples conciertos sino ofrecer “espectáculos”. Desde que la chica material se erigió en la soberana número uno del pop, siempre intentó doblar la apuesta en cuanto a sus performances en vivo, aplastando la simpleza con grandilocuencia y buscando el golpe de efecto en lugar de lo intrascendente. La Ciccone empuja todo hasta un nivel donde podrá gustar más o menos pero jamás pasará desapercibida.
Posiblemente, allí descanse la explicación del porque su primer show en River haya sido tan deslumbrante. Entonces, luego de que Paul Oakenfold haya provocado algunos saltitos con un Dj set que fusionó su perfil raver con el de un simple pinchadiscos de casamientos (para escuchar a Red Hot Chili Peppers, White Stripes y U2, sintonizaríamos una radio de hits), las luces se apagaron y a diez minutos de las 22hs. la Reina del Pop apareció sentada en su trono y puso a sus pies a los más de 60.000 fieles que colmaron el estadio monumental.
Espectacular, soberbio y magnánimo, el recital fue una arenga constante para los sentidos. Con cuatro pantallas de leds (incluyendo una circular que actuaba en la punta de la pasarela) y un cuerpo de baile bien aceitado, Madonna desparramó carisma y un magnetismo que sólo acreditan esas personas tocadas por la varita mágica. Sobre las tablas pasó de todo y en cada rincón había un elemento para recrear la vista. Cualquier excentricismo se convertía en realidad: desde un auto vintage blanco que le adosó cotillón a la apertura con “Candy Shop” y “Beat Goes On” hasta el efecto de un electrocardiograma (“Into The Groove”) o la recreación de un subterráneo de Nueva York (“Music”).
Poner en palabras todo lo que sucedía con la ejecución de cada canción, requeriría la confección de un libro más que una crónica de oficio. Hasta el vestuario, equilibrado entre fastuoso y trendy, habría merecido un “Muy bien 10” por buen gusto y originalidad. Así, fiel a la estética de sus últimos discos, durante las dos horas exactas que ocupó el espectáculo, aparecieron guiños a los ochenta como pasos de baile al estilo Bangles de “Walk Like Egyptian”, un amague de Mash Up con Eurythmics y muchos detalles vinculados a la cultura callejera del hip hop y el graffiti.
“Estoy tan feliz de estar aquí”, se sinceró la heroína frente a la multitud al promediar un evento que tuvo en “La Isla Bonita” su highlight, cuando el escenario tomó el tono de un burdel hispano y un grupo de gitanos ad hoc la secundaron con tanta gracia como solvencia. Sin embargo, el pico emotivo arribó de la mano de “You Must Love Me” (con proyecciones del film Evita) y la sorpresa fuera de programa que significó contemplar a Madonna entonando “Don’t Cry For Me Argentina”, sola con su guitarra y la escenografía teñida por los colores celeste y blanco.
La velada también regaló su momento de corrección política (“Get Stupid”) y de rock&roll (la versión cuadrada de “Borderline” asombró por su garra y nervio). Entre ritmos dance, palmas y una interpretación improvisada de “Like A Virgin” (a pedido de un fan, luego de que la diva le preguntara a la masa qué canción vieja querían escuchar), el barrio de Belgrano se vio sacudido por la euforia librada en un final afiebrado que incluyó “Like A Player”, “Ray Of Light” (alevoso homenaje a Daft Punk), “Hung Up” y “Give It 2 Me”. En síntesis, Madonna se floreó con una demostración audiovisual suprema. Sí, de esas que no se ven muy a menudo en este rincón del planeta. Game over.
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lunes, 8 de diciembre de 2008
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